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Tema: Alejados de la Mano de Dios

  1. #1
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    Post Alejados de la Mano de Dios

    Alejados de la Mano de Dios
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    JK3
    Original
    Surrealismo / Ciencia Ficción
    Relato Largo
    Mayores de 18 años
    Activo
    Semanal
    Aquí
    Descripción: Múltiples historias paralelas, entrecruzadas y grupales que se suceden en un universo con una tecnología increíblemente desarrollada. Misterios, terrores, sorpresas y desconciertos son ingredientes básicos en esta historia.
    Noticias: Última noticia: 1er Capítulo Publicado.
    Ver más noticias en El Tablón de Noticias.
    Premios: Todavía ninguno.
    Lista de capítulos: Capítulo 1
    Capítulo 2
    Extras: Extra I
    Ayuda para “intentar” entender el relato:
    ~ MUCHAS GRACIAS POR SU TIEMPO ~
    Última edición por JK3; 26-09-2013 a las 09:24 PM.
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  2. #2
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    El Tablón de Noticias
    Aquí se expondrán las noticias referentes a "Alejados de la Mano de Dios", ya sean desde el aviso de la publicación de material nuevo como de cualquier inactividad, así como mensajes que quiera dejar.
    Fecha: Mensaje:
    26 - Septiembre - 2013
    20 - Septiembre - 2013
    1er Extra y 2º CapítuloPublicados
    1er Capítulo Publicado.
    ~ MUCHAS GRACIAS POR SU TIEMPO ~
    Última edición por JK3; 26-09-2013 a las 09:19 PM.
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  3. #3
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    Capítulo 1
    ~ Cuadrados, elefantes, nubes y cósmicas cos ~


    Llegaba a mi casa cansado del largo viaje en coche que había recorrido, llevando las pesadas maletas del amplio maletero a la casa, cuando me percaté de que no se escuchaba ni un alma. Agudicé un poco mi oído intentando percibir el caer de alguna hoja otoñal en primavera o el sonido de algún pájaro colorido.

    Villa Cuadras es un cuadriculado barrio en mitad de la nada, mas se trata de un barrio lujoso y de grandes casas. Se piensa que los señores adinerados que deseaban jubilarse alejados del universo de las ciudades fueron quienes, con el sudor de su frente, edificaron esta clase de poblados, situados muchos en grandes llanuras como Villa Cuadras.

    Los chalets son grandes, hermosos y, por lo general, de claros colores. Unos jardines delanteros bien cuidados y un porche con alguna hamaca eran, por lo general, el panorama que uno observaba si se paseaba por las cuidadas y asfaltadas calles. Las casas tenían jardines traseros, aunque estos ya sí que estaban vallados.

    No había desnivel alguno en cuanto al terreno se refiere. Esto era un buen aliciente para la teoría aquella de los señores adinerados que deseaban alejarse del mundo, pues a cierta edad los desniveles y escalones son fragmentos del infierno, resultando paradójico que muchos pueblos de la no nada estén construidos sobre faltas de montañas y empinadas colinas, montes y desniveles varios. Villa Cuadras no; las únicas escaleras eran las que habitaban dentro de las lujosas casas y los pequeños escalones de los adorables porches. Era un pueblo llano. Liso.

    Villa Cuadras era también un pueblo cuadrado. Las calles, ordenadas y rectas, estaban numeras y constituían un total de ochocientas cincuenta y siete. Había un parque en el centro con una fuente redonda; se cree que en sus inicios se trataba de una rotonda, mas no existe registro alguno para corroborar esto.

    “37” es el número de la calle donde se encuentra mi chalet. “37” son los años que mi padre tenía cuando heredó esto. “37” era el número de maridos que mi abuelo tenía. Digamos que el número “37” es importante en mi vida. “37”.

    Las farolas, hermosas y altas, se retorcían cuando el frío acechaba en invierno y saltaban de alegría cuando el calor del verano entraba en nuestras tierras; mi actitud solía ser la opuesta. Y es que yo era un amante de este pueblo, a pesar de no ser el mismo que se describía en las viejas historias que uno de mis treinta y ocho me contaba. Según él, antes había mujeres-robot que te llevaban las bolsas de la compra y hombres-robot que te hacían las tareas del hogar. Incluso había niños-robot que jugaban con los niños-no-robot. Antes no había coches que atropellaran a las personas de manera sangrienta sino que incluían un sistema de frenado automático. Antes no existían abejas con sida que podían transmitirte dicha enfermedad venérea con una simple picadura. Sin embargo, yo estaba acostumbrado a escuchar gritos de personas infectadas con sida y lloros de madres al contemplar los descuartizados cuerpos de sus repugnantes niños. No me gustaba, mas estaba tan acostumbrado que me parecía algo cotidiano y normal. Del mismo modo en que el morir podría ser una salvajada para un inmortal, yo me acostumbré a aquella vida como los mortales se acostumbran a morir, sabiendo que aunque es algo trágico, la vida es así, y hay que disfrutarla al máximo antes de que la desgracia nos toque a nosotros con su motosierra y nos descuartice.

    Observo a mí alrededor el panorama que me rodea. No se escucha nada.

    Nada.

    Rebusco entre mis bolsillos en busca de la llave, mas parece huir de mí con gran maestría. Encuentro un agujero en el bolsillo de mi pantalón derecho y sacudo mi pierna derecha. ¡Perfecto! Siento cómo una tarjeta magnética se desliza por mi pierna en dirección al suelo como perro fiel ante su ama la gravedad. Cae sobre las tablas de madera que componen el porche de la entrada, la recojo y abro la puerta.

    Entro en casa y todo está silencioso… Y mis muebles han desaparecido. Miro en la cocina, y nada. En el comedor, y nada. En el cuarto de baño, y nada. En la sala del sexo, y nada. Y así en cada una de las muchas y tantas habitaciones que había en mi hogar. El resonar de mis pasos se repetía y vibraba por las depuradas habitaciones libres.

    - ¡Malditos ladrones! – exclamo en voz alta. Luego me pregunto si no será obra del gobierno. ¡El gobierno! ¿Qué gobierno?

    Salgo al exterior en busca del resto de maletas, resignado, y miro hacia el azul celeste cielo. No hay nubes. ¡No me lo puedo creer! ¡Siempre deben de haber nubes en el cielo, maldita sea!

    - ¡Malditos ladrones de nubes! – exclamo. Los ladrones de nubes hacen contrabando de nubes, robándonoslas y dejando nuestras sensibles pieles blancas y pálidas a la exposición de la radiación de la atmósfera - ¡Malditos ladrones de nubes! – exclamo de nuevo.

    Nadie sabe quién es nuestro gobierno. Hay quien piensa que vivimos en una anarquía. Quién sabe. No nos llegan muchas noticias a los habitantes de este pueblo alejado de la mano de Dios.

    Enciendo mi teléfono móvil para consultar las noticias atrasadas, pues tardan en llegar como ya dije, y me asusto al comprobar que han envenenado a Dios, y que ahora se encuentra terriblemente enfermo en un hospital de alguna luna extraña.

    - ¡Qué mundo más loco! – exclamo. Cojo una maleta, la llevo a casa y salgo, cojo otra maleta, la vuelvo a llevar a casa… Ningún ruido que no sea el provocado por mis movimientos. Asustado, vuelvo a salir al exterior en busca de ruidos que percibir, que sentir.

    Nada.

    ¿Algo?



    No.

    Nada.

    Asustado, meto todas las maletas en casa, cierro el coche, atravieso el jardín y llego hasta el jardín de los vecinos de la izquierda. Llamo al timbre y nada. Espero en su porche pacientemente. Vuelvo a llamar. “Tal vez se estén duchando”, pienso, y nada. Entro en su casa a la fuerza y tampoco tienen muebles. No puede ser. Busco en su cocina, y nada. Busco en su comedor, y ni rastro de los muebles tan hermosos de cristal que solían exhibir con orgullo. Miro en su salón, y nada. Curioseo en su sala del sexo, y ni rastro de los látigos, las cadenas o las gafas de realidad virtual. No había nada. Nada. Intento ver si han dejado alguna nota explicativa, algo con lo que poder comprender lo que ha sucedido. ¡Algún holograma de emergencia deben haber dejado sabiendo cómo son ellos! Pero tampoco encuentro disco de holograma alguno. ¡Maldita sea! Ellos, amantes de Lovecraft, deseaban grabar un holograma cuando su vida corriera peligro y dejarlo a la vista de algún curioso. Pensé que ellos habrían creado alguno, mas me equivocaba. O puede que lo hubieran hecho y lo hubiera encontrado quien no debía…

    Vuelvo a salir a la calle.

    - ¿Qué os ha podido suceder, criaturas? – pregunto, ingenuo, deseando que no hubiera sido culpa del gobierno. ¡El gobierno! ¿Qué gobierno?

    Empiezo a entrar casa por casa en busca de señal alguna, mas la suerte parece no sonreírme. Nadie tiene muebles. Nadie tiene hologramas. No hay nadie. Han robado el pueblo. Y las nubes.

    Asustado, vuelvo a entrar al interior de mi casa en busca de alguna señal que se me hubiera escapado, en busca de alguna clase de información, de dato, por minúsculo que fuera. Tengo miedo. No puede ser que esto suceda. No puede ser. Aquí, no.

    - ¡No! – exclamo. Subo las escaleras y llego hasta mi habitación en busca de algún holograma dejado por alguien por si acaso, o alguna clase de objeto, de pista, o lo que sea. La posibilidad parece remota e improbable, mas estoy desesperado y no sé muy bien lo que pienso ni lo que creo. ¡Ayuda!

    Entonces veo a una mariposa. Una mariposa morada. Preciosa. Una mariposa aleteando en el aire con tanta elegancia que parecía presidir un banquete nupcial de mariposas cósmicas en mitad de noches tan brillantes como nebulosas radioactivas. Era una mariposa procedente del espacio. Mariposas que cruzan el cielo nocturno y más allá, acariciando sueños y construyendo dragones. Mariposas que saben brillar y devorar. Mariposas milenarias procedentes de planetas tan desconocidos como misteriosos e incluso exóticos. Mariposas que atraviesan galaxias cual balas plateadas, dejando estelas oscuras pero brillantes cual suspiro de purpurina de la argéntea luna. Me dan miedo. Las mariposas moradas te pican y te absorben el alma. Así murieron mis padres.

    Una noche no podía conciliar el sueño, así que decidí salir al balcón para tomar un poco el aire. Tendría unos seis o siete años. Observé que mis padres estaban haciendo el amor en su balcón. Les saludé. Me saludaron. Sonreí al ver cómo una nube de mariposas moradas se acercaba a ellos, pues ingenuo era de su inmenso poder. La morada y hermosa nube les rodeó, mas ellos no se percataron pues estaban muy ensimismados en su relación carnal y la nube descendió realmente rápido. Pensé que los gritos que sucedieron durante cinco segundos se debían a que estaban llegando al orgasmo, mas pronto me percaté de que estaba equivocado; la nube de mariposas se elevó en el aire, y pude ver cómo unos esqueletos se embestían de manera salvaje. Las embestidas de los esqueletos cesaron, y las mariposas ya se habían perdido en el nublado cielo oscuro estrellado. Se besaron, me miraron y me sonrieron. Mi madre derramó una lágrima que no se materializó, pues era solo un esqueleto. Eran dos esqueletos. Entonces el cráneo de mi padre cayó al suelo, y también el de mi madre, y los huesos de ambos se empezaron a caer al suelo. Dicen que en los lugares alejados de la mano de Dios, si mueres en mitad de una relación sexual, tus restos pueden seguir hasta llegar el orgasmo y darse unos besos y abrazos más y, con suerte, poder despedirte de alguien. Creo que mis padres tuvieron media-suerte, pues se despidieron de mí, mas de manera muy apresurada. Puede que tuvieran entera-suerte, y no media, mas dicho balance subjetivo lo realicé basándome en lo que me imaginaba de las viejas leyendas donde los muertos se despedían de sus seres queridos. Todo esto en lugares alejados de la mano de Dios, por supuesto. Dios que ahora está hospitalizado, pues acaba de ser envenenado. O puede que fuera envenenado hace unos años, pues las noticias aquí llegan con retraso.

    Me quedo mirando a la hermosa y terrorífica mariposa morada, confirmando la hermosura de la muerte inminente.

    - Hola – me saluda la mariposa – te voy a absorber el alma – me advierte, cariñosa. Parecía simpática. Me gustó.

    - ¿Sabes qué ha pasado aquí? – le pregunto. Me siento en el suelo, a su lado. Si voy a morir, prefiero morir sabiendo qué ha sucedido a mí alrededor. Vivir en Villa Cuadras te ayuda a afrontar la posibilidad de morir con mucha frecuencia, de forma que ya estaos más que acostumbrados a que alguien tenga sida o a que los hijos de algún vecino estén descuartizados por el vecindario por culpa de algún atropello. No digo que no sea trágico ni cause conmoción, pero lo aceptamos, así como aceptamos nuestra muerte con serenidad. He vivido feliz. He amado a muchas mujeres. He amado a muchos hombres. Me he acostado con otras muchas mujeres. Me he acostado con otros muchos hombres. He conocido a gente maravillosa. He leído libros increíbles. He debatido en lugares asombrosos con gente asombrosa, etheónica. He probado manjares increíbles. He escuchado historias envidiables. He vivido una vida plena. Me siento completo, satisfecho y realizado y si mi muerte me acecha en forma de mariposa morada alada, la aceptaré con orgullo. Quiero seguir viviendo, pero soy feliz. ¡Soy feliz!

    - Ha sido él – me dice. El tiempo parece detenerse. Si no supiera que el pueblo está desaparecido hubiera creído que una nube de sonidos estridentes se acercaba a mi casa con inmensas ganas de estropear mi velada mortal. Un murmullo de abejas con sida parecía aproximarse, mas sabía que era parte de mi imaginación. Sentí cómo el alma pesaba sobre mis hombros, deseando entregársela a la mariposa morada y quedar así libre de este pesado cuerpo y libre a la vez de esta pesada alma. Atravesaría los cielos. Rompería los conceptos de mi cerebro, la razón. Sería un ánima con el estandarte de la libertad, y habitaría y daría energía a la amable criatura aterciopelada morada. La elegancia de mis movimientos, entonces, sería tal que los planetas se sentirían indignos de bailar un nebulósico vals conmigo. Me sentía asfixiado. Los colores habían desaparecido del mundo. Era feliz, pero la ansiedad que me provocaba la idea de que él hubiera sido el causante de la desaparición del pueblo lograba que deseara morirme antes de que mi flashback y felicidad poética terminaran.

    - Entiendo – le respondo. Estas palabras fueron seguidas de una inclinación de cuello.

    - Gracias – dijo la mariposa morada. Se acercó y me hincó el diente. Empezó a devorar mi cuello poco a poco. Sentía dolor, mas el dolor era placer. Placer. Me gustaba ser devorado. La existencia poco a poco dejaba de asfixiarme tanto, y los colores volvieron al mundo uno a uno. Primero observé el celeste azul del cielo celeste. Después comprobé que el amarillo primaveral de las copas de los árboles poseía pinceladas esculpidas con maestría, paciencia y amor. Ternura. Había un nuevo color. Un color completamente diferente a los anteriores conocidos. Me transmitía ternura. Paz. El color llegó hasta mis papilas gustativas. Lo saboreé. Parecía miel y olía a rosas. Lo degusté con placer. Entonces mi cabeza calló al suelo, y pude comprobar cómo la mariposa morada continuaba devorando el resto del cuerpo, pues mi cuello no le había sido suficiente. La mariposa morada empezó a volverse de múltiples colores, y también el aire, los olores y el dolor. El color del dolor era asombroso. Sabía a néctar espacial. Era delicioso. Pensé en hacerme un holograma, mas no quería que nada perturbara mi preciada calma. Estaba muriéndome, descubriendo colores que hasta entonces nunca había descubierto. Jamás. Jamás…

    Jamás.

    La mariposa salió volando por la ventana. El muchacho estaba muerto.

    Él.

    Nada.

    El ladrón del pueblo.

    ¿Quién?

    ¿Cómo?

    Jamás.

    ¡JAMÁS!
    Última edición por JK3; 20-09-2013 a las 02:45 AM.
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  4. #4
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    - No todos los personajes que tienen el mismo nombre tienen que ser la misma persona.
    - No todos los personajes con distinto nombre tienen que ser diferentes personas.
    - No todo lo que parece ser real, lo es.
    - No todo lo que parece ser irreal, lo es.
    - No tienen las historias que estar escritas en orden cronológico.
    - No todos los datos tienen que ser importantes. Hay luces de colores que no hacen más que colorear la trama. Es lo que tiene dejarse llevar por la escritura automática.
    - No todo lo que sucede tiene explicación inmediata. Habrá que esperar, pensar y relacionar unas historias y otras y ordenar e incluso desordenar cronológicamente los acontecimientos para intentar comprender los desencadenantes. Por ejemplo: “Él”… ¿Quién es “Él”? Averiguar quién es podría ser la verdadera historia. O no. Quién sabe. Hay que pensar.
    - Sacad de vuestros cerebros eso que llaman “sentido común” y “lógica convencional”. Rompe los muros del espacio y el tiempo.
    - No todo lo que parece ser, en resumen, tiene que serlo.

    Espero que os sea de ayuda xD. Puede que incluso sirva para liaros más todavía è_é.
    Última edición por JK3; 09-05-2014 a las 12:11 AM.
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  5. #5
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    Capítulo 2
    ~ Y los dioses se transformaron en Demonios I ~


    Mi nombre es Jack, Jack Jack. Trabajo como abogado del diablo en un recinto cerrado, alejado de la mano de Dios. Somos muchos los que trabajamos para el demonio, mas soy el único abogado suyo que sigue estando con vida por lo que podría considerarse que soy una persona afortunada. ¡Y muy afortunada! ¡Mi alma está más que en venta!

    Noche. Focos rojos iluminan la escena. Sombras azules se proyectan sobre las negras y sucias paredes, algunas de ladrillo y otras metalizadas; quizá, alguna que otra de cristal. La ciudad estallaba en llamas cual flor de fuego al tiempo que cristales y alarmas saltaban e inundaban el espectro sonoro cual cluster de más de ochenta notas musicales.

    Los coches que atravesaban el cielo huían despavoridos, pues se quedaban aterrados con el panorama que abajo estaba teniendo lugar.

    Llevaba una larga gabardina negra que ocultaba un gran armamento, como granadas, bates de baseball, palos, pistolas, un taser, cuchillos, y diversos aparatos y armas electrónicas de difícil explicación y más difícil uso. Un sombrero elegante y un traje de fuego bajo mi ropa completaban, junto con mis enormes y pesadas botas metalizadas, mi atuendo nocturno de trabajo. Mi uniforme. Mis ojos estaban inyectados en sed de sangre y de ultraviolencia… ¡Ultraviolencia!

    Estoy trabajando en un pequeño caso de gran importancia. Las Puertas Al Infierno han sido prohibidas por todas las corruptas organizaciones de derechos humanos, y mi deber es reinstaurarlas mediante batallas legales para que la pena al infierno esté vigente de nuevo. Estos jueces magdalena son la peor calamidad a la que se enfrenta la sociedad moderna. Un criminal merece ir al infierno. Y punto.

    Mi deber es causar algún escándalo público que moleste y cabree a la sociedad, a la plebe, a la masa de incultos ignorantes. La condena máxima es de quince días en la cárcel, algo con lo que la violenta masa estará en contra de manera radical cuando se aplique al escándalo que estoy cometiendo. Entonces saldré yo, un abogado trajeado en su flagrante y flamante flamígero elegante traje en llamas, y defenderé la pena al infierno como única salida ante ciertos crímenes extremos. Sobra decir que no sabrán que se trataba de mi figura quien provocó realmente los escándalos que llevaron al odio a la masa estúpida. ¡Estúpida!

    Mas tengo un pequeño secreto. Un minúsculo y pequeño detalle oculto. ¡Si os lo contara, no estaría oculto! ¡Viva el descontrol!

    Cojo una granada del interior de mi gabardina, la activo y la lanzo contra la ventana de un orfanato al tiempo que huyo en un aerodeslizador de gran potencia que tenía preparado y que había colocado con antelación en un lugar estratégico la noche anterior.

    ¡Fuashhhhh! – esa era la explosión. Luces blancas y moradas se proyectan sobre mi camino como si estuviera siendo alumbrado por una gran linterna. Me giro para contemplar las llamas multicolores.

    ¡Azules!

    ¡Rojas!

    ¡Naranjas!

    ¡Violetas!

    ¡Amapolas!

    ¡Cada nuevo color era una nueva vida que el fuego inteligente se cobraba! ¡Las llamas adquirían forma de ser humano y avanzaban, armadas con armas de fuego, como ellas mismas, en busca de niños inocentes que asesinar! ¡Caos! ¡Descontrol!

    Noche.

    Luna ardiente.

    Fuego.

    Explosiones.

    Quemar la luna había sido pan comido; siempre es bueno tener a gente de allí arriba que te deba algún favor. El descontrol estaba siendo más excitante que un anciano bebiendo gasolina. La idea de que algún vejete mecánico estaba esperándome, sin saberlo, para que le llenara la boca de gasolina, era algo que me excitaba enormemente.

    ¡Azul!

    Mi plan consistía en quemar y explotar la ciudad de Alcómedae, la ciudad más corrupta de todo el Octógono. Sembrar el caos aquí y allá. La luna que los habitantes de Alcómedae ven sería la gran bandera del infierno en la tierra. ¡Dioses convertidos en demonios!

    ¡Rojo!

    Alcómedae tiene una única luna, pues está un poco alejada del centro del Octógono, lugar donde la cantidad de lunas es tal que es prácticamente imposible ver algún fragmento de cielo entre tanto astro nocturno y diurno. Alcómedae, aunque se trate de una ciudad alejada de la mano de Dios, todavía posee una luna que está visible de manera alta y clara; cuanto más a la periferia del centro del Octógono nos vayamos, menos densidad de lunas habrá. Dicen que existen lugares sin luna. Dicen que existen lugares donde la luna ha muerto. Dicen. Decir. Hablar. Tragar. Cortarse la lengua y tragársela uno mismo. Parece interesante.

    Fuego.

    Hadas mágicas.

    Muertas.

    Llegué con el aerodeslizador hasta el Área 3 con la misma finalidad de destrucción masiva y corrompida, mas no tan corrompida como nuestro inexistente gobierno. Me bajé de mi aparato y anduve por las calles solitarias de aquel Área TAN HERMOSA. ¡GRITAR! ¡BELLEZA! ¡PUREZA! ¡ES HORA DE CORROMPER! ¡ROMPER! ¡PER!

    Saqué un bate de mi gabardina y comencé a destrozar los coches del vecindario; esa era la señal.

    ¡La señal!

    Tenía que dar una señal para que el espectáculo de fuegos y artificios mágicos sangrantes comenzara.

    Multitud de hombres y mujeres armados salieron de entre la oscuridad roja y llameantemente naranja de la noche y comenzaron a lanzar granadas a diestro y siniestro, y más a siniestro que a diestro, todo sea dicho de paso. ¡Viva el caos! ¡Destrocemos el mundo!

    Me acerqué a un pequeño anciano de unos cinco años que dormía sobre una caja de cartón desplegada; entonces le rocié con gasolina y le prendí llamas. Me encantó. Entonces el anciano, con gran maestría, se levantó y me besó.

    Placer.

    […]

    Una vez hube acabado con su vida, cogí un coche, lo activé y me fui volando de aquella masacre. Uno de los vecindarios más pijos y repipis estaba siendo infectado por la ira de la sociedad corrupta; el Área 3 estallaba en llamas. Somos los justicieros. Somos la ley. La verdadera ley.

    Nuestro gobierno está corrupto. Da asco. No existe. Existe y a la vez no. Es extraño. Casi tan extraño como la ceniza que se respira en las noches de tormenta. Casi tan extraño como la mantequilla.

    Enciendo la radio al mismo tiempo que asciendo en el cielo recubierto de nubes procedentes de las explosiones que abajo tenían lugar. La ciudad estaba ardiendo. Los rascacielos estaban cayendo y yo, en mi coche robado, estaba ascendiendo hacia las estrellas y más allá. El sistema se derrumbaría y yo ascendería. Es como debe ser… ¿No?

    Enciendo el aire acondicionado y un quejido de placer se escapa de mis labios. No había nada mejor que sentir el fresco y natural aire acondicionado de gran altura tras una larga e intensa jornada laboral. Reclino el mullido asiento y activo el piloto automático rumbo a la ciudad más cercana, Elicaetriías. Me tumbo, cierro los ojos y dejo que la noche me abrace en su mullida tela de estrellas.
    Última edición por JK3; 26-09-2013 a las 09:10 PM.
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  6. #6
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    Capítulo 3
    ~ Amor sobre el Mar de las Ahogadas Esperanzas ~


    El sonido de sus pasos resoba por toda la maldita estancia, agravando enormemente mis más pesados y agobiantes temores. Tenía miedo de que aquello nos atrapase, mas seguro estaba que allí llegar no podría. Creo.

    Hombre de armas, me llaman algunos. Soy un caballero de la Gran Orden del Octógono retirado por herida en combate, mas es una simple herida que no muchos problemas me ha causado. Mi marido, un tal Hombre de fuego, según le llaman algunos, fue un gran luchador en la Batalla del Aguarcaliente, donde perdió contra los Comandantes Sagrados del Séptimo Cielo.

    Vivimos flotando en un mar recubierto de pétalos de rosas moradas; lo llaman Mar de las Ahogadas Esperanzas. Muchos pétalos se hunden en las turbias y poco transparentes aguas grises, mas otros parecen llover y reemplazar su lugar. Pocas veces nos hemos encontrado con tormenta alguna, pues se trata de un mar la mar de tranquilo. Hace doscientos años que partimos de tierra en busca de algo; en busca de buscar algo. También huíamos de un objeto que podría amargarnos la existencia.

    Nuestra casa, repleta de puertas correderas y pagodas, se desliza silenciosa sobre la ópera.

    - Cariño – le susurro a mi marido. Cojo una bolsita de té y la hundo en mi gruesa taza de cerámica mágica. Me quito la camiseta y dejo que mi amor me haga un masaje en la espalda mientras los dos, sentados, miramos por la puerta corredera el crepúsculo que amanece sobre el Norte, coloreando en tristes y melancólicos tonos los pétalos de rosas moradas que inundan el Mar de las Ahogadas Esperanzas – Bañémonos en el mar. Ahoguémonos. Suicidémonos. ¿Cuántas veces lo habremos hecho ya? ¿Cuántos instantes habremos sido capaces de acumular juntos? ¿Cuántas muertes más tendremos que seguir afrontando? No tenemos escapatoria. El cuerpo anhela encontrar la paz eterna, y nuestros gastados ojos desean escalar al siguiente nivel de oscuridad. La paz se atormenta en nuestras entrañas, deseando salir y explotar en una bomba de hidrógenos que abrase abrazando nuestros huesos y nos transporte. El dueto tiene que finalizar, pero Dios no quiere.

    - Cariño – me susurra mi marido. Me masajea con presión y delicadeza al mismo tiempo, y en ocasiones se detiene para besar mi áspera mejilla y abrazarme desde la espalda – Dios murió cuando atravesamos el muro. Estas tierras deben pertenecer a cualquier otra realidad que nos es desconocida. Puede que seamos Dioses. Puede que el acero se cueza sobre nuestras guadañas, y que injustamente estemos asesinando a seres iguales que nosotros, cariño.

    - Cariño – le susurro a mi marido. Me doy la vuelta, le quito la camiseta y le acaricio el musculado torso peludo – El frío se acentúa en las noches de largos inviernos y los imaginarios rascacielos parecen emanar del agua, mas seguro estoy que desean también lo mismo. Mi yo de la nieve y mi yo de ciudad así lo piensan, al menos. Debemos morir una y otra vez, y salvarles.
    El reloj se paró. Se paró hace muchos suicidios. Cada vez que nos suicidamos nos despertamos a la mañana siguiente desnudos en nuestras camas, como si nada hubiera sucedido. Nos despertamos desnudos sobres nuestras camas de esta casa flotante, que navega y navega, año tras año, década tras década, sobre el mismo mar de pétalos morados. No hay islas. No hay otras casas; únicamente estamos mi marido, yo, los pétalos y la casa. Nada más. Nadie más.

    Un día lluvioso hace unos doscientos años, lo hicimos; nos suicidamos tirándonos de un acantilado famoso de la zona donde vivíamos, y nuestros cuerpos fueron encontrados a la mañana siguiente en las costas, mas esos cuerpos eran los de nuestros cadáveres, no los nuestros. Nuestros cuerpos estaban sobre un lecho descansando sobre unas mullidas sábanas en el suelo. Nos despertamos desconcertados en esta gran casa navegante. Esperemos que eso no nos siga en estas vidas.

    Pasaron cien años de navegación cuando, cansados y aburridos, decidimos suicidarnos de nuevo envenenándonos; a la mañana siguiente volvimos a encontrarnos aquí, sobre nuestras sábanas. Lloré entre los brazos de mi marido amargamente, y él también lo hizo, mas intentó sin éxito que no me enterara.

    - Cariño – me dijo mi marido en aquel entonces, abrazándome – ¿Entiendes lo que sucede?

    Y creo que lo entendí.

    - Cariño – me dice mi marido justo antes de besarme en los labios y empezar a descender por mi torso, erizándome el vello corporal de todo mi cuerpo de la impresión – Eternamente estaremos así. Eternamente estaremos en esta mansión de madera y puertas correderas con torres de pagoda. Eternamente navegaremos en este barco insumergible que conforma nuestro hogar. Eternamente estaremos tú y yo juntos… - y me baja los pantalones al tiempo que sus besos caen cual flecha deseosa de ser poseída por la gravedad, una fuerza poderosa y brutal.

    Recuerdo que hubo una época en que nos gustaba suicidarnos una y otra vez. Llegamos a cometer suicidios la mar de creativos, la verdad. Qué buenos tiempos aquellos…

    - Cariño – le digo a mi marido al tiempo que me tumbo sobre el rígido suelo con las rodillas dobladas y le revuelvo su adorable pelo corto alargando una mano mientras, con ternura y delicadeza, me besa. Vuelve a ascender hasta mis labios – Tenemos que hacerlo. Tenemos que suicidarnos de nuevo. Puede que esta vez sea diferente y nos despertemos en otro nivel. Puede que podamos escapar de aquí. No es una pesadilla, pues tu presencia impide que sea tal, pero tampoco es el más agradable de mis sueños. Deseo escalar montañas, subir cuestas, tener un trabajo, formar una familia… Y vivir una vida entera contigo. Esto es un sueño, y podría no ser real. Es terrorífico. No quiero ni imaginar el lugar donde van a parar los seres que se suicidan o mueren sin compañía alguna que vaya a correr destino similar en aquellos instantes. Dicen que hay seres que van a parar a otros lugares… ¿Quién sabe? – nos besamos de nuevo en la boca y nos abrazamos, mas esta vez le doy la vuelta y soy yo quien se coloca encima suya – Suicidémonos de nuevo, por favor – y empiezo a descender por su cuello y su agitado pecho, acariciando su revoltoso vello bello. Desciendo todavía más al tiempo que le quito los pantalones. Y sigo descendiendo...

    - Cariño – me dice con los ojos cerrados mientras me acaricia el pelo, suspirando de placer – te amo. Te amo, y te amaré eternamente en éste nuestro eterno universo de conspiración y sueños – con la respiración de ambos entrecortada - Te amaré eternamente, cariño.

    Entonces interrumpo la felación, me reincorporo, le tiendo una mano extendida y le ayudo a levantarse. Su cara de asombro me parece adorable.

    - Bailemos – le digo al tiempo que le rodeo con el brazo y le agarro de la cintura con el otro, atrayéndolo hacia mí - ¡Música! – exclamo en voz alta. Unos violines aparecen y se ponen a tocar. El aire se completa con el sonido de un romántico piano y una fluyente guitarra clásica.

    Millones de pétalos comenzaron a descender sobre nosotros.

    Nos agarramos fuertemente, sintiendo el peso del mundo en nuestras palpitantes y entrecortadas respiraciones.

    Oscuridad.

    Estábamos en un escenario de resbaladiza madera. Un foco nos iluminaba. El escenario parecía ser infinito, mas la imposibilidad de ver más allá por culpa de la oscuridad nos impedía comprobarlo.

    - Joan – dije, al tiempo que me ponía la chaqueta – tenemos que acabar los deberes, así que será mejor que acabemos cuanto antes de practicar estos pasos de baile, no nos vayan a cazar los cazadores de almas. Tenemos que tener muchísimo cuidado.

    ¡Los cazadores de almas!

    Los cazadores de almas son seres que habitan en la oscuridad, y son enviados por el gobierno que aterroriza nuestro verde y próspero planeta. Son seres repugnantes. Nosotros, mi novio y yo, nos hemos escondido en una grieta oscura para así poder estar a salvo, pero para volver a las grietas de nuestras casas debemos de atravesar la realidad. ¡Maldita realidad!

    ¡Lo cazadores de almas!

    - Tranquilo, cariño – me dice Joan con una calma similar a los susurrantes <<te quiero>> en la oscuridad – Cazaron ayer, así que supongo que hoy no saldrán a darnos el coñazo.

    - Las palabrotas les atraen – le advierto.

    Joan y yo estudiamos en una escuela de teatro para estudiantes de Bachillerato. Compaginan a la perfección nuestras aspiraciones artísticas y nuestros estudios. Somos pareja desde hace diecisiete años antes de nacer, cuando todavía éramos peces.

    Existe una grieta en mitad de la oscuridad que nos transporta a un apocalíptico mundo. Ese mundo se le conoce como “realidad”, y está habitado por marginados sociales que no se pueden permitir las grietas oscuras y por sombras cazadoras de almas. Nosotros corremos desde la grieta de esta salida hasta la grieta de nuestros hogares. Es como un mundo repleto de puertas en el que tienes que viajar de una a otra a gran velocidad para que los monstruos que habitan en ese mundo de puertas no nos atrapen. Tiene su toque divertido, la verdad.

    ¡CORTE!

    - Julius – me dijo el sargento. El mar azotaba los cielos, y las empinadas laderas de hielo ardiente nos comían los intestinos gruesos y delgados y amarillos y luces de colores. Había sido él.

    ¡Él!
    Luces olor vainilla,
    Colores sabor marfil,
    Cantad, coro bajo trampilla,
    Soñad, surrealistas del sinfín.

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