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Tema: Hacia el mismo Cielo

  1. #1
    「REMEMBER THE URGE」 Yveltal/Admin Avatar de Desensitized
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    Hacia el mismo Cielo

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    Bienvenidos sean a este fic, "Hacia el mismo Cielo", o para efectos prácticos HmC. Es una pequeña historia que combina el universo Pokémon con la Ciencia Ficción, y los dejo con una pequeña sinopsis provisional que debo actualizar, por cierto:

    ¿Hasta que punto es correcto manipular la naturaleza y emular vida? ¿Realmente es correcto sustituir a los monstruos de bolsillo, mejor conocidos como pokémon, por seres "mejorados"? El problema no radica en su construcción, o su perfección, la dificultad radica en el saber manejar ese conocimiento y aceptar sus consecuencias, sin importar cuáles sean éstas, que muchos han aceptado en este mundo. Leander Hinomiya no lo cree de esa manera, y, empeñado en que los demás también lo comprendan, inicia una fútil lucha con sus compañeros pokémon, para demostrar que el mundo no necesita a los replicantes, aquellos seres perfeccionados. Pero... ¿Las razones que lo mueven son en realidad las correctas? ¿Realmente su lucha valdrá la pena o será inútil? ¿Quién al final es el indicado de discernir eso?
    ¿Realmente estará preparado para manejar algo de lo que nunca tuvo control?
    Sin más que decir, espero que de verdad disfruten esta pequeña historia :'3. Si quieres dejar un pequeño comentario, este será bienvenido en el tema de Comentarios y Críticas

    Índice de capítulos
    Prólogo
    Capítulo I. El chico de Ecruteak (Someday!)


    *Mensaje en edición*

    [Hacia el mismo Cielo|C&C|Merci, mon coeur |Althos Powah!]

    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
    Sing with me a song of silence and blood
    The rain falls, but can't wash away the mud
    Within my ancient heart dwells madness and pride
    Can no one hear my cry


  2. #2
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  3. #3
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    Prólogo

    Hacia el mismo Cielo

    Leyes de la Robótica

    1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.
    2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley.
    3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
    Isaac Asimov “Runaround” (1942)

    Prólogo.


    ¿Quién puede definir lo que es real?
    Y en base a eso, ¿qué es entonces lo irreal?
    ¿No puede existir la posibilidad de que en realidad signifiquen lo mismo?
    Aunque…
    ¿Cómo podemos categorizar a un ser vivo?
    ¿De qué forma tienen que actuar?
    ¿Se puede considerar entonces como alguien vivo a un replicante? ¿No es acaso que ellos actúan a semejanza de aquellos monstruos de bolsillo? ¿No están ‘viviendo’?
    ¿Cuál es entonces la línea que separa a un ser vivo, de aquel que sólo replica serlo?
    Y…
    ¿Y cuántos están de acuerdo con ella?



    Era un hecho más que evidente: La investigación sólo estaba resultando infructuosa.

    Aquella investigación que había iniciado el año anterior mostraba poco o nulo avance, y Anna, una de los investigadores a cargo, lo sabía. Pero también confiaba en la posibilidad de obtener algún resultado pronto, por pequeño que fuese. Pero al menos en ese día, no hallaron nada nuevo.

    — 8 de marzo — Dijo, a la vez que presionada un minúsculo botón gris de un aparato rectangular de similar color — No se han obtenido avances sobre el circuito Digamma: En la simulación, al introducir el programa sin las Tres Leyes, el cerebro positrónico falla y se inutiliza. Simulación completada en un 56%, con un margen de error de 1.3334.

    Dejó de presionar el botón y se dejó ir para atrás sobre la silla, con pesadez. Justo en esos instantes escuchó un maullido procedente del suelo. Dirigió su mirada hacia el lugar donde provenía el sonido y alargando la mano, acarició a un felino de color azul grisáceo que poseía un pelaje blanco algodonado en la punta de sus orejas y patas, así como un hocico del mismo color. Su cola era larga y en forma de resorte, con una mota algodonada en la punta. El felino ronroneó alegre, y la observó con sus ojos amarillentos de irises azules. Cuando la mujer retiró la mano, saltó hacia el regazo de la misma, donde se ovilló y quedó dormido. Ella apoyó la mano sobre su cabeza, mirándolo con expresión enternecedora y por unos instantes olvidó todo aquello en lo que trabajaba, y que era lo que hacía al buscar ese circuito. Momentos después, entró por la puerta de la habitación otro de los investigadores a cargo. Él era un sujeto de estatura media y complexión fornida, vestido con el atuendo común que consistía en la bata blanca de laboratorio y ropa oscura debajo. Llevaba en las manos una charola de cartón con lo que parecían ser dos vasos de café, y una bolsa de papel cerrada.

    — ¿Qué tal la última simulación? — le preguntó a la mujer, con un tono de voz áspero. — ¿Ha resultado bien?

    — Me temo que no — respondió ella con un tono de voz más suave que contrastaba con la de su compañero. — Esta vez obtuvimos un 56%, con un margen de error de 1,3. Es lo más lejos que hemos llegado hasta ahora, y comienzo a creer que es lo más lejos que llegaremos…

    — Quizás deberíamos comenzar a introducir valores similares al azar, para probar más situaciones — sugirió él, sentándose a su vez en una de las sillas que estaban libres, para después tomar uno de los montones de hojas que ahí se encontraban — El problema radica en que Avalon ya está exigiendo resultados.

    — ¡Pero no podemos entregar estos resultados incompletos… y además fallidos, Mark! — fue la respuesta desesperada de Anna, tomando uno de los vasos de la charola y dando un sorbo a ella — Eso es algo que sabes a la perfección.

    — Sí, sí, ya sé — contestó Mark, reflejando la misma desesperación de Anna en su mirada. — El problema no somos nosotros, sino la junta directiva de Avalon, comienzan a creer que invertir en esta investigación es una pérdida de tiempo…

    — Y dinero — completó con amargura la mujer, mientras dejaba el vaso en el escritorio y se giraba para teclear en una de las computadoras que ahí se encontraban — Supongo que no nos quedará más que introducir nuevos datos y ver qué sucede. Quizás hemos de hacer un ajuste al circuito Digamma, y ver si arroja resultados distintos.

    — Ir a ningún lado me desespera — admitió Mark sombríamente, dejando las hojas, y tomando el vaso restante — Pero no veo una solución mejor… quizás debería intentar conseguir más tiempo con la junta directiva.

    — Hasta ahora es lo único que tenemos — respondió Anna, mientras seguía introduciendo más datos en la computadora. — Sólo quisiera que está investigación terminara con buenos resultados y ver que el circuito Digamma es una realidad, es lo único que pido.

    — Lo veremos terminado — le animó Mark, mientras dejaba el vaso en el escritorio, sin probarlo, y comenzaba a teclear en otra computadora — Si nosotros no podemos, alguien en un futuro podrá. No debemos olvidar eso.

    — Eso espero — dijo ella cansinamente, mientras el felino en su regazo se despertaba y de un salto alcanzaba el suelo — Tendría muchas aplicaciones en beneficio de la humanidad, aunque ciertamente no debemos de ignorar que también tiene sus contras…

    3 Años después


    Era un día bastante agradable en ciudad Stargate. Las personas se movían con prisa hacia sus destinos, algunas estaban acompañadas de sus compañeros pokémon, otras no. Aunque eso no importaba, pues el ajetreo era algo común. Unas personas bajaban las escaleras de la estación para tomar el subterráneo, así como otras tantas salían del mismo sitio, para poder dispersarse en la gran y ajetreada ciudad. Como siempre, uno de los lugares más concurridos de la ciudad era el parque Elpidius, donde las familias solían ir a pasear, o los entrenadores solían reunirse a entrenar y combatir. Muchas de ellas, aun cuando ya le hubiesen visto incontables veces, casi siempre se detenían un largo tiempo frente a una estatua de piedra en el centro del parque. Estatua que representaba a un pokémon zorro con nueve largas colas en posición de ataque, quien era el símbolo del progreso en la ciudad. Su color era un grisáceo oscuro, pero los detalles de la estatua estaban bien definidos, en especial su rostro, que reflejaba una expresión de valentía en sus ojos, mientras mostraba los colmillos de una manera amenazadora.
    No muy lejos de ahí se encontraba la biblioteca de la ciudad, un edificio de tres plantas, cuyas ventanas eran de un cristal translúcido y limpio, donde muchas personas acudían en busca de información. Este era el caso de Roderick, un joven investigador que acudía a la biblioteca casi a diario, reuniendo información con fines didácticos y que su vez le ayudase en sus propias investigaciones. En esos momentos se encontraba al fondo del edificio, sentado tras una pequeña pila de libros, leyendo y a su vez haciendo notas en un pequeño cuaderno que tenía a su lado. Era un joven de cabello color negro, semi largo y peinado formal y pulcro. El color de sus ojos era un azul eléctrico muy vívido, ocultos tras un par de gafas sin armazón. Vestía de forma elegante, con una camisa de manga larga, de color negro y bien planchada, además de un pantalón de gabardina de color gris oscuro, así como un par de zapatos del mismo color que su camisa. Tras anotar otro par de ideas, se tomó un respiro de la lectura para poder releer sus notas.

    — “El circuito Digamma no es capaz de aceptar el software sin las Tres Leyes…”— recitó, con un volumen de voz apenas audible para él, mientras su mirada se entornaba ante la suave caligrafía del cuaderno. — “Cálculos erróneos, simulaciones fallidas… no posible respuesta…”
    Dejó las notas sobre la mesa y se reclinó hacia atrás, mirando el techo de cristal.

    — Existe una respuesta, en algún lugar — Se dijo a sí mismo, pensativo, y agregó, esbozando una sonrisa enigmática. — ¿Seremos capaces de encontrarla? Aunque una pregunta más pertinente sería… ¿seremos capaces de manejarla?

    Suspiró y de nuevo dirigió su mirada hacia la mesa. Era suficiente por ese día. Se dedicó a recoger sus cosas, que guardó en el portafolio que cargaba siempre con él, mientras que de la pila de libros tomó un par, para poder retomar la lectura en su hogar. Se dirigió hacia la bibliotecaria para realizar el trámite correspondiente, quien le dirigió un cordial saludo, y entonces salió por la puerta principal.

    — Es un buen día — se dijo a sí mismo, alegre — Un hermoso cielo azul.
    De repente, su semblante cambió, como si de repente recordase algo muy importante que tenía pendiente de realizar y que había pasado por alto. Se pasó una mano por el cabello, intentando recordar lo que era.

    —… La batalla de Leander — Musitó finalmente, revisando el reloj de pulso que tenía puesto en la muñeca derecha. — La he olvidado. Leander va a matarme por esto, creo que es la tercera batalla a la que falto; aunque de todos modos ya no me queda tiempo para llegar al estadio.

    Se quedó unos momentos de pie, sin moverse, discerniendo lo que haría, y tras tomar una decisión, giró a la derecha y continuó caminando.

    [...]

    En esos momentos, casi al otro lado de la ciudad, en el estadio de Stargate, se estaba llevando a cabo una batalla. El estadio se encontraba con los lugares llenos, mientras los asistentes vitoreaban desde las gradas, mientras dirigían su vista hacia la arena de batalla, donde el encuentro tenía lugar.

    — ¿Será posible que Leander le dé vuelta a esta situación? — Clamaba el comentarista, animado. — Su oponente, el joven Arthur ya ha derrotado a dos de sus tres pokémon con sólo uno de los suyos. Es la última batalla del grupo C, y representa la última oportunidad de Leander de conseguir un lugar en la siguiente ronda. Recordemos que el retador Leander entró a este torneo sin ningún replicante en su equipo, a sabiendas de que el resto de competidores contarían con al menos uno, ¿Cuáles serán los planes de este joven?

    En la arena, Leander no se veía bien. Era un joven de complexión delgada, de un cabello color castaño alborotado. El color de sus ojos era miel claro y mantenía la mirada fija en el oponente. Vestía con un pantalón de mezclilla de color azul marino, y una camisa de manga larga en color gris, con una de manga corta de color azul celeste encima de esa. Pensaba desesperadamente que hacer, mientras el sudor recorría su frente y esa desesperación se reflejaba en sus ojos color miel, cosa contra la que luchaba también, no quería mostrar esa desesperación a su oponente. Intentaba hallar una estrategia para salir de la situación en la que se había metido. Como el comentarista había dicho, a él sólo le quedaba un pokémon, su Kirlia, mientras que a su oponente todavía tenía a sus tres pokémon, y el único que había utilizado hasta el momento era uno sobre el que Altair tenía ventaja: Un Toxicroak. Pero ese Toxicroak era un replicante, y desde ese simple hecho se había visto la diferencia de poder entre sus compañeros y él.

    — ¡Vamos! ¡Vamos! — gritó su oponente, Arthur, desde el otro lado de la arena. Era un joven de cabello rubio corto y ojos castaños, y se veía como un entrenador experimentado. — ¿Acaso te has quedado ya sin estrategias?

    “¿Qué puedo hacer?” pensó aún más desesperado Leander “¡Vamos! No sé que es lo que puedo hacer.”

    — Si tú no empiezas, lo haré yo — declaró Arthur — ¡Toxicroak, puya nociva!

    El pokémon nombrado tenía una apariencia de rana bípeda, de color azul oscuro, y en su garganta poseía una especie de bolsa de color rojizo, también estaba provista de una garra de color rojo, similar al de la bolsa, en cada una de sus manos. Además poseía en su cuerpo líneas de un color negruzco, justo en los costados. Sus ojos amarillentos miraban de forma amenazadora a la pokémon psíquico que tenía frente a él. En el momento en que recibió la orden de su entrenador corrió en dirección de ésta, mientras la garra de su mano derecha se encendía con una luz violácea brillante.

    — ¡Altair, usa doble equipo! — ordenó Leander sin perder el tiempo.

    La pequeña pokémon asintió, sin mirar a su entrenador. Era de una estatura menuda, de un color blanco, con una elegante faldita muy similar a la de una bailarina, y de esa manera, un color verde limón predominada en sus piernas. Su cabeza también poseía algo que simulaban ser un par de coletas del mismo tono que sus piernas, con un par de cuernos color naranja, que daban la impresión de sujetar esas coletas. Miró al pokémon bípedo con determinación en sus ojos rojos, mientras este se acercaba veloz. Cerró los ojos y se concentró. Acto seguido, de su cuerpo comenzaron a salir réplicas perfectas de sí misma, que se dispersaron en forma de círculo alrededor de Toxicroak, quién se detuvo en el centro del mismo, mirando consecutivamente de izquierda a derecha, evidentemente confundido.

    — Ahora Altair, ¡confusión! — fue la siguiente orden del joven de cabello castaño, con determinación.

    Los ojos de Kirlia se iluminaron de una manera similar a como lo había hecho la garra del pokémon anfibio hacía ya unos momentos. En ese mismo instante, Toxicroak se vio rodeado por un aura de energía psíquica, del mismo color que el que poseían los ojos de Kirlia, y lentamente fue separado del suelo, al mismo tiempo que la pequeña pokémon levantaba sus manos hacia el cielo. El pokémon anfibio intentaba liberarse del ataque, pero era inútil, y el esfuerzo que ponía en dicha tarea lo comenzaba a agotar. Repentinamente, Altair bajó sus manos en un movimiento seco y rápido, consiguiendo con ello que el enemigo se estrellase contra el suelo, levantando una nube de polvo como consecuencia, cosa que impedía la visión a ambos contrincantes.

    — Buena jugada, Leander, pero te faltará más que ese simple ataque para derrotar a mi pokémon — admitió Arthur

    — ¿Qué has dicho? — preguntó sobresaltado Leander, mientras intentaba distinguir algo entre la nube de polvo que comenzaba a dispersarse, entornando la mirada. Entonces vio que Toxicroak estaba de pie, con tan sólo unos rasguños sobre su piel, y sin más vestigios del daño que eso, además de la suciedad que había acumulado tras el impacto. No parecía haber sufrido daño significativo.
    “Creo que era algo obvio.” Pensó el joven de cabello castaño, amargamente, desviando la mirada hacia la derecha.

    — ¡Vamos Toxicroak, usa bomba lodo ahora! — ordenó Arthur de inmediato, esbozando una sonrisa al hecho de que su pokémon no parecía haber sufrido gran daño.
    El pokémon anfibio se preparó y lanzó hacia Kirlia lo que parecía ser un líquido púrpura de aspecto y olor repugnantes.

    — ¡Altair, usa hoja mágica para interceptar el ataque! — exclamó Leander, desesperado. La poca confianza que había ganado la perdió de inmediato al notar que su resistencia era fútil.
    La pequeña pokémon dio un salto y lanzó hacia la bomba de lodo lo que parecían ser hojas de árbol, iluminadas con un brillante tono multicolor. Quizás las estaba reproduciendo con su poder psíquico y no era más que una ilusión. Los ataques de ambos pokémon chocaron, provocando una explosión que desembocó en un denso humo, más oscuro que el de la vez anterior.

    — Termina con finta — declaró Arthur, sin inmutarse en lo más mínimo.

    Kirlia evitó la explosión con una elegante pirueta, pero no estaba preparada para lo que venía a continuación: De la espesa nube de humo salió Toxicroak disparado, golpeando sin errar a Kirlia con su brazo derecho, enviándola unos metros adelante, mientras el humo iba ganando terreno.

    — ¡Altair! — exclamó Leander, intentando ver algo entre todo el humo oscuro. Ambos contrincantes esperaron a que el humo se terminase de dispersar…

    — ¡El ganador de esta contienda es Toxicroak! — declaró el árbitro a cargo, levantando una bandera de color rojo hacia el lado donde Arthur se encontraba. Kirlia se encontraba en el suelo, inconsciente, mientras Toxicroak seguía de pie, sin más daño que el poco que tomó en esa última batalla.

    — ¡Con la victoria de Toxicroak, y tres rondas a cero, Arthur es el ganador de esta batalla! — declaró el comentarista al oír las palabras del árbitro. El público, expectante al resultado de la batalla, estalló en una euforia notoria, llena de gritos de alegría y vítores, mientras Arthur saludaba tímidamente hacia los espectadores, aunque una sonrisa estaba marcada en su rostro. Leander intentaba asimilar el resultado, y sacó una Superball de su bolsillo.

    — Regresa Altair — dijo tristemente, apuntando el objeto esférico hacia la pequeña pokémon, mientras un rayo de color rojo salía de esta, cubriendo a Kirlia y regresando a la esfera — Lo has hecho más que bien.

    Arthur también regresó a Toxicroak a un objeto similar y se dirigió a Leander. Al llegar frente a él le tendió la mano, con entusiasmo.

    — Buena batalla — declaró, mientras que el joven de cabello castaño estrechaba débilmente la mano que le había alcanzado, resistiendo el impulso de golpearlo y salir corriendo.

    — Si, buena batalla — respondió sin mucho ánimo, y se dirigió a la salida por una de las pequeñas puertas laterales. Mientras caminaba hacia allá, con el plan de salir lo más pronto posible de ahí, y hacer una parada directa en el centro pokémon, pensaba en la batalla. A cada paso que daba, escuchaba cada vez más lejanos los gritos de la multitud, y los comentarios que hacia el narrador de las batallas.

    — ¡Esa fue una espectacular batalla! — Alcanzó a escuchar — ¡La expectación se mantuvo elevada hasta el último segundo! Pero al final, Arthur resultó ser el vencedor, mostrándonos un excelente manejo de los replicantes. Esto le hace ganar el pase a la siguiente ronda como líder de su grupo al no tener derrotas, junto con la competidora Kristen. Leander se despide del torneo con la tercera posición en esta fase, junto con el competidor Thomas…

    Leander trató de ignorar todo, en especial lo último, y salió del estadio, sin dejar de mirar hacia el suelo. Trataba de despejar sus pensamientos y recordar que fue lo que hizo mal. “Ciertamente no fue culpa de Altair… ni de nadie más. Excepto yo” pensó con una notable amargura, que se reflejó en su rostro, el cual se ensombreció. “Si, fui yo, quien vaciló en ese momento… si tan sólo un pokémon y un replicante se encontrasen al mismo nivel…”
    Y tras llegar a esa conclusión, continuó caminando con dirección hacia el centro pokémon, ignorando el barullo de la tarde.

    Roderick se había detenido en un pequeño puesto de periódicos, donde en la pequeña televisión que tenía el dependiente, trasmitían esa última batalla. Al ver a Kirlia en el suelo, tras la explosión, había dejado de ver la trasmisión y continuó caminando, con la mano derecha en el bolsillo del pantalón y con la otra sujetaba el portafolio que llevaba al hombro.

    — Así que volviste a perder, Leander — murmuró para sí. — ¿No estás teniendo una buena racha últimamente eh? Aunque quizás es porque te empeñas en demostrar algo que probablemente no seas capaz de demostrar. Tengo la ligera sospecha de que Althos no estará muy contento...

    Se detuvo de nuevo, pensando que hacer, y sacó del bolsillo derecho un pequeño aparato de color negruzco, que asemejaba a una consola de dos pantallas, aunque era una especie de teléfono. Buscó entre los contactos cierto número y marcó, esperando a que le contestaran. La llamada dio dos tonos antes de que alguien respondiese.

    — ¿Bueno? — respondió una voz familiar. No se le oía muy animado aún.

    — Hola Leander, soy Roderick — respondió el joven de las gafas.

    — Ah, eres tú. Hola — respondió la voz de Leander desde el otro lado de la línea. — Déjame adivinar, ¿no estabas en el estadio cierto?

    — No, surgieron varias cosas… bueno, en realidad se me olvidó y no me di cuenta de la hora — Admitió Roderick — Tenemos que hablar, de la batalla de hoy y de otras cosas. ¿Dónde te encuentras?

    — En el Centro Pokémon, ¿dónde más estaría?

    — Bueno — dijo Roderick. — ¿Puedes ir en una hora al café de siempre?

    — No lo sé… creo que sí — respondió vacilante Leander, mientras escuchaba la respuesta del joven de anteojos — De acuerdo, nos vemos en una hora.

    El joven de cabello castaño colgó, cerró el PokéGear y lo dejó caer en el lugar vacío que se encontraba a su lado. La derrota de ese día se sumaba a los dos empates de la semana pasada, y lo había dejado sin ánimos, pero necesitaba un respiro de todo. Quizás era la razón por la cual había aceptado la invitación de su amigo, en caso contrario, se habría rehusado y se hubiese ido a casa. Suspiró profundamente, mientras desviaba la mirada hacia un costado. Seguramente la plática terminaría en la discusión habitual: El por qué Leander se rehusaba a tener un replicante, la oferta de su amigo, su negación. El chico rio nervioso por lo que le esperaba, mientras un pokémon canino, de pelaje azul eléctrico y una melena amarilla lo miraba con sus ojos rojos, a modo de reproche. Leander lo miró a él, y se disculpó.

    — Perdóname Althos. Sé que tendría que haberte usado a ti, pero algo me impidió hacerlo…
    El pokémon cánido gruñó, aun molesto con él, sin dejar de mirarlo. Leander cambó su expresión por una más calmada y acarició la cabeza de su compañero, quien le respondió con un gesto de alegría.

    — Prometo que la próxima vez pelearás tú — decidió Leander, mientras seguía acariciando la cabeza de su pokémon. El cánido gruñó, dándole a entender que era lo que tenía que haber hecho desde un principio, pero frotó su cabeza contra la mano del joven de ojos color miel.

    Leander y Althos esperaron un poco más, hasta que la enfermera se acercó para informarle que sus pokémon se encontraban curados y en excelentes condiciones. Leander se acercó hasta la recepción, donde lo esperaban las tres esferas, reposando en una pequeña charola negra. Las tomó y las guardó en su cinturón. Se despidió de la enfermera dándole las gracias y salió del centro pokémon, seguido siempre por Althos. La tarde era agradable aún, en contraste con el humor del joven en esos momentos. Recordó lo que tenía que hacer y tomó rumbo hacia el café donde se solía reunir con su amigo, mientras que Althos lo seguía trotando.

    — Supongo que nos costará un poco más de trabajo del que pensábamos — soltó Leander de repente, a lo que su pokémon levantó la mirada, observándolo, mientras ambos evitaban a la gente que paseaba. — Demostrar que tanto pokémon como replicantes valen lo mismo…
    Ambos continuaron con su camino, pasando por el parque Elpidius en su trayectoria. Y sin aviso previo, cambio drásticamente la dirección, seguido de Althos, a quien tomó por sorpresa, provocando una serie de ladridos en señal de protesta, pero el joven lo ignoró y no se detuvo hasta llegar a la estatua de Ninetales.

    — Así que Spica es un símbolo de nuestro avance — escupió para sí, mientras veía pasar a las familias que paseaban, y fijando su mirada entonces en la estatua — ¿Quién nos asegura que es así? ¿Y si es al revés?

    El sonido de los ladridos de Althos sacó a Leander de sus pensamientos, sonriendo débilmente a su pokémon, volvió a tomar rumbo. El resto del camino continuó en silencio, con Leander caminando mecánicamente y sumergido en sus propios pensamientos, mientras el cánido trotaba tras él, un poco preocupado por su entrenador, lo que se demostró en la forma en como miraba a Leander.

    Cuando llegaron al café, Roderick ya se encontraba sentado en una de las mesas del fondo, absorto en la lectura de sus notas. Leander pasó raudo por entre las demás mesas, con el cánido detrás de él.

    — Debería matarte por faltar de nuevo, Roderick — dijo Leander a modo de saludo, mientras tomaba asiento y Althos se acostaba justo a un lado de la mesa, de modo que no estorbase, dispuesto a descansar tras la caminata. El joven de cabello negruzco levantó la mirada, y bajó sus notas.

    — La gente normal saluda antes de atreverse a amenazar de muerte. Hola Leander — respondió cordialmente, mientras guardaba sus notas en el portafolio que tenía a un costado — Y ya que estás en eso, pues no sé porque no lo intentas, a ver si te resulta…

    — Sí, sí, hola. ¿Y sobre que querías hablar? — interrumpió Leander, prediciendo la respuesta, mientras Roderick lo miraba de forma escrutadora, con los brazos cruzados.

    — Supongo que ya sabes de qué — respondió, mientras cerraba los ojos y sonreía.

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